DE VUELTA A LA RUTINA...

Nos encontramos en el mes de septiembre, mes de vuelta a la rutina después de un período de vacaciones para muchos. Por ello, nos parece interesante dedicar este post precisamente al proceso de adaptación que vivimos tras las vacaciones de verano.

Muchas personas, en torno a estas fechas, sienten que se encuentran en un punto de inflexión, cerrando un período del año y abriendo otro. Esto, a menudo, invita a la reflexión y evaluación del curso que acaba de finalizar y al planteamiento de nuevas metas y objetivos.

Como señalábamos en líneas anteriores, dentro de este punto de inflexión normalmente hay que llevar a cabo un proceso de adaptación. Adaptación al horario laboral de invierno, a acudir al trabajo/colegio/facultad cada día, a asumir las responsabilidades pertinentes, a que los días se acorten y haya menos horas de luz… Y, como ocurre con todo proceso de adaptación, hay quien se adapta de una manera más llevadera (“he podido recargar las pilas”) y hay quien siente verdadera dificultad (“tengo una depresión postvacaciona!”).

 

Y, en realidad, ¿Qué es la depresión postvacacional? ¿Existe?

Para empezar, consideramos que resulta importante entender que la palabra depresión implica un trastorno que no tiene por qué estar padeciendo la persona que se siente afectada por la vuelta a la rutina. Resulta conveniente no emplear el término “depresión” si no hay un diagnóstico claro emitido por un profesional cualificado para hacerlo. De hecho, si nos ceñimos a lo que determinan los criterios diagnósticos CIE-10 y DSM-V, podemos afirmar que este trastorno (depresión postvacacional) no existe, dado que no está recogido en el mismo. Sin embargo, esto no excluye que haya muchas personas que puedan verse afectadas por su vuelta a la rutina.

En este sentido, resulta importante no patologizar los síntomas que acompañan a este proceso de adaptación, dado que no se termina de aceptar su existencia como trastorno y son muchos los profesionales que apuestan por considerarlo una reacción normal (aunque desagradable) frente al cese de una realidad, por lo general, placentera.

Algunos de los síntomas que pueden acompañar la vuelta a la rutina y que conviene no patologizar pueden ser los siguientes: irritabilidad, apatía, ansiedad, tristeza o dificultad a la hora de concentrarse.

Ahora bien, si tras un intento de adaptación a la rutina los síntomas persisten y/o se manifiestan con mucha intensidad y comienzan a ser una fuente importante de sufrimiento o angustia, podría ser de gran ayuda acudir a un psicólogo para poder trabajarlo y lograr un mayor bienestar psicológico.