Hace ya algo más de diez años, en Junio de 2002 la editorial Tératos, de Valencia, publicó en edición facsímil la obra de don Juan Velázquez de Azevedo El Fénix de Minerva o Arte de Memoria, cuya edición príncipe data de 1626; brillantemente prologada por Fernando R. de la Flor, Catedrático de Literatura Española de la Universidad de Salamanca, quien ya ha mostrado en otras de sus obras su apasionado interés por la cultura simbólica barroca, y en particular por el estudio de la retórica de la memoria en estos siglos, concretamente en Teatro de la Memoria de 1988.
Como el propio profesor de la Flor advierte en su prólogo, la memoria se fragua en pleno barroco como un vasto proyecto conceptual que ya se venía trabajando desde los albores de nuestra Civilización, en concreto desde el mundo clásico, y que pretende abarcar desde la lógica, la producción artística y religiosa, la emblemática, el hermetismo, la pedagogía y hasta el pensamiento utópico al tratar de fundar una lengua universal y alcanzar la pansofía.
En efecto, es posible que quedemos atónitos cuando descubramos que hubo un tiempo en que la memoria se constituyó en el pilar fundamental de nuestra Civilización. Un tiempo en que se llegó a pretender que la memoria, concebida como potencia del alma tal como fuera descrita por san Agustín[1], uniera los Cielos con la Tierra, y a los hombres entre sí, bajo una clave universal -clavis universalis- que descifrase a la par que sintetizase el gran alfabeto del mundo, el gran libro de la naturaleza, a través de las diversas escalas del ser, como signos e imágenes simbólicas a un mismo tiempo de las ideas contenidas en la mente divina; descubrir la plena correspondencia en virtud de analogía entre las formas originarias y la cadena de las razones humanas; en consecuencia construir una lengua perfecta capaz de eliminar los equívocos revelando las esencias al poner en comunión al hombre, no ya con los signos, sino con las cosas, dando lugar a enciclopedias totales, a clasificaciones ordenadas que fueran el espejo fiel de la armonía presente en el cosmos. Y todo ello a disposición de quien pudiese dominarla y aprender sus secretos.
Sumergidos como estamos hoy en un mundo dominado por ingenios que sirven para el almacenamiento y tratamiento de datos e información, cuesta hacerse una idea de la importancia y vastedad que llegó a desarrollar el dominio y utilización de la memoria como recurso mental imprescindibles, no sólo para múltiples actividades prácticas, sino como elemento narrativo constitutivo y constituyente del yo del propio individuo, o de lo que después del Cristianismo entendemos como persona. Sin embargo, no es difícil pensar que en un principio, en una sociedad donde apenas existiera la escritura, o que el soporte de ésta fuese caro y costoso, la importancia de la memoria y su uso debería ser fundamental para el aprendizaje y consolidación de los conocimientos. De ahí que la obra más antigua de la que tenemos constancia sobre el entrenamiento de un método para cultivar la memoria sea la obra romana Rhetorica ad Herenium o Retorica a Herenio de autor anónimo, aunque durante siglos atribuido a Cicerón, y escrita en el siglo I antes de nuestra era.
Efectivamente la memoria es concebida aquí como un recurso retórico, o más concretamente como parte cuarta de la retórica clásica junto con elocutio, la actio y la pronuntiatio. Las reglas dedicadas al cultivo de la memoria como técnica se conocerán como Arte de la Memoria, y consistirán básicamente en el cultivo y desarrollo de la imaginatio, o imaginación, como forma de tomar prestados de lugares reales sus formas para reproducir lugares virtuales donde situar en ellos imágenes tomadas del universo sensible que rodea a la persona con el fin de asociar por similitud, correspondencia, correlación o analogía, aquel material que quiere recordarse. Lo que en los tratados de mnemotécnica moderna es denomina como método loci o de de los lugares.
Sin embargo, en el transcurso de las sucesivas etapas por las que atravesará este Arte, Edad Media, Renacimiento y Barroco, se constituye en posibilidad de ser archivo al vasto territorio mental que sintetice el conocimiento enciclopédico de las cosas del mundo. En efecto, muy propio de los juegos del barroco, la obra de Velázquez de Azevedo posee la intención de convertir la vida en un teatro, en un proceso virtual y cibernético que diríamos hoy, con referencias tan profundas y adecuadas como las de una maya búdica, una vida es sueño calderoniano, y un Matrix cinematográfico. Proceso plagado de excesos y descubrimientos imaginativos, que sin duda, busca las alturas mismas de la potencia infinita que la divinidad ha empleado para forjar la cadena de los mundos, tal y como Leibniz los concebirá en su Teodicea por el juego divino de la realidades posibles.
Las implicaciones de este arte de construcción de imágenes interiores encuentran un reflejo sorpredente en determinados aspectos de la realidad posmoderna de la cibernética, pese a que esa misma cibernética especializada en almacenar información ha terminado por imitar al libro cuya difusión volvió superflua esta forma de escritura interna.
Pero volvamos a las características de un arte que forma parte de la formación y de la actividad de las élites intelectuales durante siglos hasta la Ilustración. No son pocos los historiadores, como por ejemplo F. A. Yates, los que han demostrado la importancia que el arte de la memoria alcanza en teatro inglés renacentista; en la filosofía de Giordano Bruno y su escuela de Londres así como en sus seguidores italianos; en el ámbito de la pedagogía de la universidad alemana; o incluso en los círculos herméticos y academias cabalísticas del Renacimiento en Francia. La metodología de Bacon, el discurso del método cartesiano, el ramismo, o incluso las aspiraciones enciclopedistas verán sucesivas impostaciones del arte. Para el barroco español, momento en que se inscribe El Fénix de Minerva, la memoria artificial conecta con muy distintos campos del saber como la pedagogía, la ética, la emblemática, la iconografía, y particularmente la oratoria sagrada a la que busca adaptarse con el fin de promover mediante sus recursos la admiración y la capacidad para «mover los ánimos». En este sentido la obra de Velázquez de Azevedo buscará como técnica psicológica dotar a la mente de un lugar para las imágenes de todas las cosas sensibles e inteligibles tomando una serie de elementos heredados de los viejos lugares de la cultura clásica, que atender a las nuevas preocupaciones que había comenzado a aparecer en el horizonte del conocimiento con el nacimiento del Novus organum de Bacon, y que poco contaba ya con las capacidades de la imaginación y el juego metafórico de los simulacros. En este sentido la obra nos enseña la eminencia de un arte clásico que se reinserta en un momento preciso de la historia española y europea, dentro del seno de un sistema, el de la psicología y las artes liberales de la España del siglo XVII, con la finalidad de sistematizar las diversas direcciones que provienen de la tradición clásica, y que impone ahora una estricta orientación religiosa, marcada desde la Contrarreforma, para servir sobretodo a la propaganda mediante la necesidad de «asombro» y maravilla. No es una enciclopedia, sino el método, la técnica para constituir una enciclopedia mnemonica total, cuya intención es integrar todas las ciencias en una auténtica summa.
Coincidiendo con las directrices del Concilio de Trento el arte de la memoria, encargado de la custodia del discurso en las retóricas clásicas, busca en aquel momento una reinserción en las retóricas de la pedagogía religiosa, potenciando la «vista imaginativa» y la «imagen». En este sentido «las artes de la memoria» son reconducidas, por las normas emanadas de Trento, hacia la persuasión, y hacia el territorio específico de la retórica sagrada. De esta retórica se busca la vertebración y remodelación de la vida psíquica, ofreciendo una lectura moral que entronca con las influencias de San Agustín y Alberto Magno, complementando la guía de los textos clásicos de Cicerón, Quintiliano y la Rhetorica ad Herenium. La retórica sobre la memoria, en tanto formalizadora de las categorías del discurso, y de la construcción del yo, se revela como el instrumento que dota a la naturaleza humana de una estructura, de una disciplina.
Portada de la Edición Príncipe
La utilización particularmente religiosa del arte de la memoria, estudiada por F. A. Yates o P. Rossi, revela el proceso por el que desde las Confesiones de San Agustín a los comentarios de Santo Tomás sobre los tratados aristotélicos sobre la memoria, y la obra de Alberto Magno, la retórica sobre la Memoria se reconvierte, junto al Entendimiento y la Voluntad, en la virtud superior de la Prudencia cristiana. A la par, la imaginación se transforma en un poderoso instrumento para acercase la creación cosmológica divina, en Giordano Bruno; o, en una poderosa técnica que revive las figuraciones cristianas, dentro de los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola. Finalmente tal mecanismo retórico se constituirá en la utilización de la memoria como referencia para un reencuentro con la divinidad interior, ya sea con fines de proyección apologética, misionera [2], o incluso mística, donde las referencias mnemotécnicas articulan las imágenes que explican la experiencia mística en su disposición espacial a través «moradas», «castillos interiores», «senos profundísimos», como aparece en el caso de Santa Teresa de Jesús, donde el alma de la mística es un animado teatro de imagos mentales.
En este sentido retórica y moral caminan juntos en El Fénix de Minerva, pues el control religioso se ejerce minuciosamente sobre la posibilidad de los desvaríos imaginativos que propone la mnemónica. Así, el texto de Velázquez de Azevedo, corrige el uso ciceroniano y pagano de la memoria artificial, a la hora de construir imágenes mnemónicas, que por fuerza debían resultar sorpresivas, bajo una estricta moralidad. Donde Cicerón o Quintiliano o el anónimo autor del Ad Herenium proponen por sus cualidades mnemónicas imágenes «torpes, increíbles, ridículas o sucias», se propone incluso el empleo del cuerpo femenino como locus, Velázquez de Azevedo, rechaza todo exceso peligroso, acomodando sus invenciones a una finalidad religiosa. Contemplamos pues en El Fenix de Minerva la operación de sacralización del instrumento retórico para acomodarlo hacia los postulados de la Contrarreforma.
Para la memoria artificial la memoria es una forma de escritura, y, por tanto, requiere de signos (figuras, notas, imágenes), así como espacios y superficies de inscripción (lugares y tablas), donde la escritura se desenvuelva con un orden determinado. Requiere un código dentro del cual las figuras, los trazos, estén dotados de un sentido, de un «segundo sentido» más allá del establecido. Precisa, por último, de luz, silencio y concentración, como la escritura natural. Quien escribe en su memoria se convierte por ello mismo en lector de sí mismo. La memoria artificial es aprendida como una escritura, un lenguaje donde existe los sustantivo, las relaciones predicativas, la marca calificativa; se articula, pues, como una sintaxis, e, incluso, de manera figurada, se podría decir que posee «reglas ortográficas»; es un instrumento para conocer la realidad, para traducirla a unas categorías inteligibles, en un marco fijo y estable, cuya naturaleza es mental. En todos los casos se trata de dotar al predicador, al jurista en particular, al hombre culto de una serie prácticamente infinita de lugares, donde almacenar una porción igualmente infinita de imágenes, los cuales contiene las intenciones a recordar.
A diferencia de las reglas ciceronianas de la retórica clásica donde los lugares imaginados son tomados de lugares reales, en la obra de Velázquez de Azevedo se utilizan también «lugares imaginarios» construidos e imaginados ad hoc. Las imágines también se multiplican, y en lugar de alcanzar tan sólo el universo sensible, también abarcan ahora los inteligibles: imágenes de cosas e imágenes de voces. Se trata entonces de una topografía anímica del alma: transcedentes y sferas tal y como las denomina Velázquez de Azevedo, construcciones ilusorias e irreales, que determinan una arquitectura de lugares virtuales, como diríamos en términos modernos, de realidades simuladas, un cibermundo. Esta manera de actuar la toma Velázquez de Azevedo de Giordano Bruno a través de su De imaginum.
El proyecto de una memoria artificial como la que nos muestra El Fénix de Minerva, supone, desde otro punto de vista, el acercamiento a la idea de la creación de una lengua universal, que a pesar de su carácter universal, religue las palabras a las cosas [3]. Se buscaría reducir todos los repertorios lexicales a imágenes directamente fundadas en la realidad. Esta lengua universal, en cuanto ideal utópico, se basa en el presupuesto de la creencia en la comunidad de imágenes mentales en la humanidad, volviéndose incluso hacia las referencias bíblicas a la lengua universal previa a Babel. Lengua artificial para extender la doctrina cristiana y lograr la concordia mundi.
Para lograr esta pretensión de lengua universal, la práctica mnemónica se dedica a construir curiosos alfabetos clasificatorios que a modo de tablas combinatorias, aloje en sí misma todas las posibilidades y todas las combinaciones. Las letras del alfabeto se asocian por analogía a una morfología del espacio, de los nombres de personas, de las dignidades y empleos, de las partes del cuerpo, de los gestos, etc. En el texto de Velázquez de Azevedo la letra «H» nos remite, alternativamente, al «harpa», a la «empresa del plus ultra», a «Hipólito, al «huesped», al «hospedero», etc. De esta manera la memoria se convierte en una técnica del ordenamiento enciclopédico de las nociones, un contenedor y recipiente de informaciones y datos inacabables.
La influencia en El Fénix de Minerva de la tradición platónica y de la tradición aristotélica en cuanto a la constitución del pensamiento simbólico se refiere, se evidencia en los valores de las imágenes simbólicas. Velázquez de Azevedo extrae referencias mágicas y místicas, por las que las imágenes conectan por simpatía en realidad con las intenciones espirituales, invistiéndose de potencialidades, adquiriendo un rango casi talismánico, por que el que al fin actúan como sellos y secretos revelados por la divinidad, encontrándose en esto ecos de la filosofía bruniana sobre la memoria. Según esta huella platónica, el microcosmos humano oculta en su centro secreto una conexión virtual con el más allá ideal, la cadena de los seres, siguiendo un modelo astral para la memoria.
Desde la óptica aristotélica, el arte de la memoria se comprende como el proyecto de establecer una arquitectura lógica del conocimiento, a través de un segundo lenguaje, o lenguaje vicario que organiza la realidad en tanto metáfora.
Notas:
[1] San Agustín, en su famoso escrito, va describiendo el alma en su recorrido como un vasto palacio o castillo interior (en Conf. X. 8-12), con diferentes pisos y salas, maravillándose de los ámbitos, hondones y cavernas innumerables del ser íntimo: campos et lata praetoria memoriae meae: grandis memoriae recesus: in aula ingenti memoriae meae: penetrale amplum et infinitum: miris cellis: in memoriae meae campis, et antris et cavernis innumerabilibus. Estos vastos receptáculos y espacios interiores ofrecen al peregrino e indagador del espíritu materia de exploración y maravilla, pues dicho espíritu, no sólo tiene una dimensión horizontal, de amplitud, inconmensurable, donde bullen tantas imágenes de las cosas, sino también una dimensión de altura y profundidad insondable, donde se agita una vida rica, inmensa y poliforme: varia, multimoda vita et inmensa vehementer (Conf. X. 18). Hay zonas altas y bajas en el espíritu, y por ellas se asciende como por una escala graduada: Transibo et hanc vim memoriae meae, ut perveniam ad Te, dulce Lumen, dice el autor de las Confesiones. Pasaré también está fuerza de mi memoria para llegar a Ti, mi dulce luz.
[2] Sobre el uso del arte de la memoria con fin apologético y misional existe el fenomenal libro Ignacio Gómez de Liaño, «El Diagrama del Primer Evangelio», editado por Siruela, donde se postula la hipótesis acerca de que el Evangelio de Mateo esté diseñado y dispuesto bajo una geometría textual que cumpla con los artificios comunes del uso del arte de la memoria de la retórica clásica.
[3] Sobre estos ideales utópicos véase la obra de Umberto Eco «La búsqueda de la lengua perfecta».
Referencias bibliográficas que amplían algunos de los puntos tratados, tanto por contenido temático como por contexto histórico.
Bruno, G., (1997) Mundo, Magia, Memoria. Edición de Ignacio Gómez de Liaño. Biblioteca Nueva, Madrid.
Camillo, G., (2006) La Idea del Teatro, Siruela, Madrid, 2006,
Frances, A. Y. (1994) Giordano Bruno y la Tradición Hermética. Ariel Filosófica, Barcelona.
Frances, A. Y. (2005) El Arte de la Memoria. Siruela, Madrid.
Gómez de Liaño, I., (1999) El idioma de la Imaginación, Técnos, Madrid.
Gómez de Liaño, I., (1998) El Círculo de la Sabiduría, Siruela, Madrid.
Gómez de Liaño, I., (2003) El Diagrama del Primer Evangelio, Siruela, Madrid.
R. de la Flor, F., (1988) Teatro de la Memoria. Siete ensayos sobre Mnemotécnia Española de los Siglos XVII y XVIII, Junta de Castilla y León.
Rossi, P., (1989) Clavis Universalis. El arte de la memoria y la lógica combinatoria de Lulio a Leibniz, Fondo de Cultura Económica, México.
Buenísimo el articulo. Un cordial saludo.